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Ya nadie discute que la pandemia global de la Covid-19 es el shock más importante y devastador que ha sufrido el mundo en décadas. A la pérdida de vidas humanas hay que sumar una recesión económica inédita, de la que todavía no se sabe cómo ni cuándo saldremos. Además, si nos guiamos por otras experiencias traumáticas pasadas, no es descabellado aventurar que a la crisis sanitaria y económica le seguirá una crisis política de consecuencias todavía imprevisibles, tanto en los países avanzados como en aquellos con menos recursos.

Lo primero que habrá en ese mundo pos-coronavirus es, evidentemente, muchos problemas económicos. La deuda de los países aumentará, y cuando eso suceda, ya sabemos que lo próximo será políticas de austeridad y de recorte del gasto público, como ya ocurrió en la pasada crisis financiera del 2008.

Un año de pandemia mundial puede conllevar una década o más de disrupciones de lo habitual

Ian BremmerPresidente Eurasia Group

La digitalización de todo, uno de ellos es el del teletrabajo; también veremos un mundo en el que los robots y la inteligencia artificial puedan formar parte de la plantilla. «Vamos a tener robots por todas partes como resultado del covid-19», afirma Robin Murphy, profesor de ingeniería en la Universidad de Texas. «Los servicios automatizados se generalizaron con la llegada de la pandemia». Además, también habrá lo que se conoce como «telemedicina», según la opinión de Karen Antman, decada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston o de Adil Haider, de la Universidad Aga Khan de Pakistán. Esto no quiere decir que los robots nos vayan a operar, sino que el seguimiento médico presencial se sustituirá por la forma telemática, como ya está sucediendo en muchas empresas de sanidad privadas cuyos profesionales atienden por videollamada a sus pacientes, o también en ámbitos como la asistencia psicológica online.

A raíz de los hechos, para Federico Steinberg surgen cuatro interrogantes.

La primera es si China aprovechará la situación para ocupar el vacío de poder que está dejando Estados Unidos y logra proyectarse hacia el exterior y convertirse en una auténtica potencia global con vocación de liderazgo, legitimidad y recursos para desplegar más allá de sus fronteras. Es poco probable que pueda conseguirlo. La pandemia se originó en Wuhan y, aunque el Gobierno chino está intentando reescribir la historia sobre la base de su éxito en controlar los contagios y su apoyo sanitario a otros países (sumados a la desinformación), tendrá muchas dificultades. Además, conforme avance la recesión global se verá obligada a centrarse en el frente doméstico. De hecho, si la ciudadanía china deja de vincular el actual régimen político con el progreso material y la prosperidad, podría tener problemas políticos internos.

La segunda es si la Unión Europea, que ha mostrado una clamorosa falta de unidad en su reacción inicial a la pandemia (igual que Estados Unidos, dicho sea de paso), es capaz de rectificar y salir fortalecida mediante una mayor integración y solidaridad. La otra alternativa sería que se dividiera aún más y fuera percibida como parte del problema por la ciudadanía en los países del sur (sobre todo, Italia), lo que podría derivar en gobiernos nacionalistas de extrema derecha que condujeran lentamente a la desintegración del proyecto. Lo más probable es que la Unión continúe dando patadas hacia delante, consiga mínimos avances en la integración y refuerce (de modo insuficiente) la Unión Monetaria. En definitiva, evitará seguramente su colapso, pero seguirá sin lograr un fortalecimiento interno suficiente como para desempeñar un papel internacional activo, que sería muy necesario si aspira a liderar un reforzamiento de la cooperación internacional en los ámbitos sanitario y económico.

La tercera es en qué medida la crisis sanitaria golpeará económicamente a los países emergentes y en desarrollo, y qué apoyos internacionales se establecen para evitar que la caída de la actividad y los impagos den lugar a conflictos sociales y crisis políticas, sobre todo en América Latina y en África.

La última, centrada más en el ámbito interno y de los países avanzados, es en qué medida saldremos de esta crisis con un auge de un tecno-autoritarismo que restrinja nuestras libertades individuales y nos vuelva más asiáticos. Si, como parece, la crisis pone en valor de nuevo el papel de los expertos (sobre todo sanitarios) y deslegitima los liderazgos de charlatanes e incompetentes, pero nos obliga a aceptar un nivel de interferencia en nuestras vidas sin precedentes en forma de control estatal sobre nuestra salud y nuestros movimientos, podríamos caminar hacia un modelo socio-político más intrusivo y con menos protección de los derechos. Sin embargo, si nos guiamos por el impacto a largo plazo de las medidas adoptadas tras los atentados del 11-S de 2001, que redujeron la libertad para aumentar la seguridad pero que no llevaron a un cambio de paradigma, tampoco deberíamos aventurar cambios tan radicales.

Por último, uno de los grandes temas que surgen es el incremento de una conciencia y preocupación medioambiental mayor, ya que el problema del cambio climático sigue siendo uno de los prioritarios a la hora de imaginar el mundo del futuro. Es precisamente el futuro, lo que está en nuestras manos, pero primero hay que imaginarlo, como asegura el propio Noam Chomsky: «Necesitamos preguntarnos cómo será el mundo después de esto. ¿Cuál es el mundo en el que queremos vivir?».

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